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Un ejercicio de humildad

El oráculo de Delfos reconoció en Sócrates, aquel que decía no saber nada, al hombre más sabio, porque aquel que es consciente de su ignorancia está presto a aprender. Foto: National Geographic.

Admitir que uno no es dueño de la verdad es, sin duda, un ejercicio de humildad. Reconocer la propia ignorancia es el primer paso para empezar a adquirir conocimiento. Acerca de esto, podemos remitirnos a una frase que Platón atribuye a Sócrates en la Apología: «yo, que igualmente no sé, tampoco creo [saber algo]». Este decir a menudo llega a nosotros de manera deformada: «solo sé que no sé nada». Luego, no es tan difícil adivinar por qué el oráculo de Delfos reconoció en el protagonista de los diálogos platónicos al hombre más sabio. El filósofo griego no se hacía acreedor de la verdad, sino que la buscaba, y por medio de conversaciones con otros que consideraba más preparados que él añoraba satisfacer su sed de conocimiento.

En nuestro mundo, uno polarizado y lleno de divisiones, es cada vez más fácil ver que cada lado de las contiendas reclama para sí la verdad respecto de un tema. Podemos tomar como ejemplo lo que se suele denominar la «batalla cultural», un enfrentamiento ideológico moderno que enfrenta una serie de valores, creencias y prácticas. Tanto el lado conservador como el liberal se consideran poseedores de la verdad en estos temas, impidiendo el diálogo y la concertación entre los militantes de ambas partes. Y, como defienden los pragmáticos, no podemos llegar a alcanzar más plenamente la verdad si no es de manera plural, porque cada persona tiene un acceso distinto a la verdad. Con esto busco defender que la verdad es algo que está fuera del hombre: se encuentra en la realidad misma. Lo verdadero es lo que es, y por tanto es independiente de la razón humana: no es una construcción ni es susceptible de modificaciones por parte del hombre. Aquello que podemos modificar es nuestro modo de aproximarnos a ella o la exactitud de nuestro conocimiento. Así pues, cuando en una batalla ideológica un lado reclama para sí la verdad, lo que hace es defender que su modo de aproximarse a la verdad es el más eficiente o el correcto. Sesga de este modo, el conocimiento que se tiene de ella.

No podemos considerar que la verdad sea algo relativo: es decir, que cada uno es poseedor de su verdad, y en tanto que tal, se tiene que respetar su coexistencia. Esto puede resultar problemático, ya que las verdades subjetivas y particulares pueden entrar en contradicción con otras. La verdad, al ser la adecuación del pensamiento con la realidad, que es una, es única. Lo que sí se puede defender, y que va en consonancia con el pragmatismo pluralista, es que todos tenemos una experiencia distinta de la verdad y estas experiencias son complementarias. Así, la verdad es una suerte de rompecabezas que podemos ir armando en conjunto, cada uno desde su perspectiva. La verdad concebida de este modo es coherente con la descripción que hemos hecho antes de ella: una verdad no construida, sino descubierta.

Es por esta razón que la censura y el callar a aquel que no piensa igual que uno, nos priva de esta diversidad de puntos de vista sobre la realidad — y, por tanto, sobre la verdad. Aquel que desee aprender debe estar abierto a la posibilidad de que otros enfoques pueden ayudarnos a desvelar cada vez más la verdad acerca de algo. Sin embargo, no por eso podemos considerar cualquier aportación como relevante. Aunque, de algún modo, todo contribuya al aprendizaje, no podemos ignorar que no todo nos aporta conocimientos para una tarea específica. La razón nos permite abstraer los aspectos relevantes para nuestras tareas dentro del conocimiento existente. Otros puntos de vista nos pueden abrir hacia un conocimiento más pleno acerca de la realidad, por ejemplo, el color de una roca, aunque este conocimiento no nos aporte una solución a la pregunta acerca de por qué la roca cae hacia el suelo y no se queda suspendida en el aire. Es importante desarrollar la capacidad de discernir que es más útil para unos casos y otros, sin olvidar que de todos se puede aprender, y que «todo lo sabemos entre todos».

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